Hoy os vengo a contar una anécdota, y en verdad, una anécdota no muy agradable.
Hace unos días, como bien todos sabréis, me casé con el mancebo. Pues bien, la noche de bodas, en ved de ser romántica, fue un mar de caos, superioridad y confusión. Mi marido, al contrario de lo que se dice, no es un hombre bueno y sumiso, al contrario.
Animales inocentes han sido asesinado por su propia mano, por su simple capricho, ¿qué esperaba de ellos? Aún no lo sé. En consecuencia, el terror me invadió y no fui capaz de hacer nada, salvo responder a sus deseos para no correr la misma suerte. Empleó la fuerza psicológica contra mí, consiguiendo su objetivo: mi manipulación para su beneficio.
Esta actitud es contradictoria a mis creencias, la sumisión como producto de la superioridad, es, desde mi punto de vista, horripilante. Ningún ser humano debería sufrir tales agresiones, puesto que el derecho de cada individuo es la vida, y su deber hacerla placentera tanto para uno mismo como para los demás.
Actualmente, en una sociedad en el que el machismo es castigado, yo tuve que someterme a él, callando, al igual que mi familia, mi sufrimiento. A mi parecer, es igual de culpable tanto quien comete la agresión como quién la calla. Mi familia, la que me quiere y vela por mí, se alegraron de mi obediencia. ¿Por qué?
Hoy estoy exponiendo mi caso, animo a las víctimas a hacer lo mismo y no callarse, si hay silencio, esta pesadilla continuará. Ni una más.